domingo, 22 de julio de 2018

Al mar no se le miente

No sé si hay alguien ahí, o están de vacaciones... Para el que se aburra, ahí van letras marinas... 

Al mar no se le miente.

Puedes ponerle buena cara a la montaña. Despejarte entre árboles de aire viciado y escupir tus miedos entre las raíces, con la esperanza de nutrir con tus desgracias los recovecos faltos de humedad. Dejar a cada paso una rebaba de tristeza que pretende ser purgante y oxigenar tus devaneos de desasosiego. Simular que escuchas el ruido de la sierra para dejar de oír tus pensamientos recurrentes de invalidez. Gritar a los riscos con la esperanza de quedarte afónico, sin nada que decir ni que sufrir.

Puedes fingir en una piscina que el agua estancada te refresca y te limpia la mente. Autoconvencerte de que con cada brazada dejas atrás oleadas de dolor. Sumergirte hasta el suelo para impulsarte con la ilusión de salir a flote, coger aire y volver a disfrutar de aire fresco y limpio sabor cloro.

Puedes pretender que el paseo por las calles del pueblo blanquee tus dudas como sus portales. Asignar a cada portal un duelo, y pasar por la puerta como el que cierra entradas a portazos, cegando de golpe las miradas de tus miedos desconfiados.

Pero el mar es otra cosa. Cuando te enfrentas al océano tus mentiras se derrumban. Las falsas esperanzas que te repites sobre que no estás tan mal no le importan a las olas. Ellas vuelven una y otra vez, como un amigo que pregunta una y otra vez qué te pasa.

Al mar no se le engaña. No es necesario ni útil ponerle buena cara, ni asumir las penas y la culpa con cara de resignación. El salitre te araña los poros y el alma hasta pelarte la piel muerta, y lo muerto que cubre esa piel.

Por más que nades con rabia intentando perder las fuerzas y el rumbo, siempre te muestra la orilla a tu espalda. "Por mucho que huyas, tendrás que volver", te dice. 

Por más oscuro y profundo que sea tu buceo, siempre te reflotará hasta la superficie, empujándote a sobrevivir. No puedes pretender hundirte hasta el fondo, pues te enfrentas a una inmensidad que hace ligero el peso de tus autocastigos. Por más que sientas tu sufrimiento como irreversible, el mar te devuelve un reflejo de insignificancia.

No eres el primer náufrago que fondea en su playa. No eres más que otro marinero de agua dulce con ínfulas de lobo de mar. Ni siquiera eres el último en pensar que siente más que nadie, que le duele como a ninguno, que no volverá a poder.

No. Al mar no se le miente. Ni siquiera está claro que te engañes a ti mismo. Por más que pienses que no pasará, tu dolor vendrá y se irá como las mareas. Solo puedes tener la certeza de que tú, como el mar, estarás ahí. Más sufrido o más liviano, más triste o más animado, más oscuro o más claro, siempre llegará otra nueva noche, otra nueva tormenta, y otro nuevo amanecer. Más te vale acostumbrarte al vaivén.

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