Desde hace tiempo me viene rondando la cabeza una escena de "El indomable Will Hunting" donde el prota comenta el cuadro de su terapeuta y "raja su vida de arriba abajo". Comenta que parece en ese cuadro asustado en mitad de una tormenta. Curioso para un marinero en tierra sentirse envuelto en el mar de los naufragios...
El mar de los naufragios
Ahogado por el oleaje de desesperación que va y viene, que, con el subir de la marea, marea mis pensamientos hasta suplicar a la luna que me deje en paz, huyo de toda civilización en busca de océanos más pacíficos. Ahora me siento un náufrago moribundo entre un mar de vidas.
No es la primera vez que salto al bote salvavidas, huyendo como un cobarde del previsible hundimiento. Más que nada por sentirme un ancla aferrado a los más bajos fondos, asumo que mi salida de cualquier tripulación, sea grupo, trabajo, hobby o amistad, supondrá el reflote y el buen navegar de la singladura. A las malas, no creo que soportara una nueva inmersión en las profundidades que no fuera la de mi chalupa, sin más compañía que mis remos y mi timón sin rumbo.
Sigo a la deriva y lanzo botellas que me emborrachan de miedo y soledad, maldita compañera de sentimientos enlatados que abarata la debilidad y ayuda a la resaca. Darse a las drogas es caro, y a no ser que coticen, es ilegal. Incluso a solas preocupa más la denuncia y la represalia que el cambio de rumbo y el soltar lastre.
Ni siquiera sé qué escribir en los papeles enrollados que meto en las botellas. Dicen que sin papeles no se puede vivir. Pero aún empapelado solo puedes aspirar a hipotecarte, a mendigar un trabajo, a no acabar solo, a que un verso te saque del ostracismo, o un mensaje del desconsuelo. Los barcos de papel se hunden como sueños submarinos sin esperanza de reflote. Mis mensajes no tienen petición ni dirección, sólo medias tintas.
Me siento perdido. Me da miedo ahogarme en el mar o en la desdicha, y más aún encontrarme en una playa a donde no quiero llegar. Quizá porque siento que sólo será una emboscada de arena sin huellas más que de alimañas que me quieren devorar. Carroñeras que esperan mis despojos y olvidos que quieran tragarse mis pertenencias y mis recuerdos.
Miro al horizonte y veo una nueva tormenta perfecta dirigiéndose a la ya de por sí frágil embarcación que me mantiene en equilibrio inestable. No está la barca para olas ni la quilla para encallar. Achico a cubos la tristeza, y veo poco a poco filtrarse por la fina capa de mis poros borbotones de pesadumbre y la negrura del mar de las desgracias. Ya me siento incapaz de otear en el horizonte primaveras de esperanza.
El mundo podrido no me provoca nostalgia. La sequedad de los sentimientos y el chapoteo desesperado sobre charcos de cemento me enmudecía tanto como esta inmensidad azul negruzca donde es inútil gritar. Allí mismo, con el pelo, la barba y el alma descuidados, sería amordazado por hurgar en la basura para buscar comida, o por gritar consignas terroristas como libertad, igualdad y solidaridad.
Las mordazas no son necesarias para el que se siente afónico por no ser escuchado. Dicen que los antisistema quieren aprovechar que los reyes abdican. Que las constituciones enrolladas en pergamino de idioma rancio se cambian si hay que pagar deudas que suenan a rescates, pero no si hay que elegir quién se mantiene en el camarote real, a salvo de vaivenes y naufragios, quién se queda su parte del botín o cómo se reparte el tesoro, la miseria y las condenas a galeras. Me siento un traidor que promulga el parlamento pero desea motines, fuego a discreción, abordajes y patrones colgados del palo mayor.
Ya para los mendigos no hay ni bancos sin respaldos ni camarotes ni suelo sin espinas, dormir al raso de la cubierta es delito, también querer decidir, compartir embarcación o preferir escuelas y hospitales públicos a mundiales y olimpiadas. Los piratas de verdad no llevan parches, y el código del mar ya no tiene valor ante bucaneros sin palabra, corsarios de garfios e intenciones retorcidas.
Solo espero que la suprema ola que me envíe al fondo de este mar tenga la decencia de derivar en tsunami hasta arrasar a su paso la podredumbre de la que huí. Por mi parte, doy mi patente de corso a quien sepa surcar el mar de los naufragios, cabalgar sobre las olas y perderse en mis profundidades.
Ya me perdonarán los que siguen remando aún contracorriente. Hay robinsones que no tenemos madera de héroes, ni siquiera madera de la que se mantiene a flote.