La timidez de los árboles
Hay una corriente científica que
estudia un curioso fenómeno según el cual algunas especies de árboles muestran
una conducta asociada a los humanos. Por lo visto, algunos bosques muestran un
curioso aspecto en las copas, formando huecos o líneas huecas por donde entra
la luz, dado que las ramas alteran su crecimiento para no rozarse.
Los humanos tenemos una forma de
relacionarnos muy parecida. Muy a menudo formamos bosques de gente en masa que,
aunque entrecruzan continuamente caminos y destinos, no se tocan, al menos
donde importa, quedando solo a la vista el follaje superficial, y unas líneas
invisibles que nos separan.
Algunos estudiosos de ese suceso
defienden que esas “ranuras de timidez” son consecuencia de la búsqueda de luz,
y que la alteración del crecimiento de unas ramas al acercarse a otras provocan
esos surcos para dejar pasar la luz. Así se permite la nutrición de su hábitat,
ya que si los árboles ocultaran la luz, sus raíces y troncos no recibirían la
luminosidad necesaria para vivir, y su base física moriría poco a poco, por
mucho que sus hojas alcanzaran alturas cada vez más altas.
Cuántas veces he oído la explicación
de la falta de espacio, de la necesidad de soledad, para argumentar la negativa
de unos a relacionarse, mezclarse o entrelazarse con otros, ya sea en forma de
redes de solidaridad y apoyo, o en relaciones sentimentales. A menudo
intentamos alcanzar las cotas más altas, sin preocuparnos de las raíces, y de
forjar estructuras personales fuertes, que también nutran el bosque de nuestro
alrededor. Cuántas veces me han rechazado por no ser el momento o el lugar,
como si generara una sombra que ocultara el sol de otros. Cuántas veces incluso
yo, sobre todo yo, me he aislado justificándome en la necesidad de recibir mi
propia luz, o al menos, no proyectar mis sombras sobre otros.
Las teorías biológicas apuntan
también al miedo de los árboles a la fricción como motivo para que las
ramificaciones dejen de crecer, formando esos curiosos doseles con autopistas
de aire entre ellos. Al parecer, el instinto de supervivencia hace que eviten
ese rozamiento, así como que mantengan las distancias para evitar contagios de
posibles plagas y enfermedades.
De nuevo me viene la idea a la
cabeza del miedo a las rozaduras que provocan las relaciones, el amor en
particular, o la vida en general. Cómo puede ser tan fiel reflejo un ser, en
apariencia inmóvil, de los mayores miedos de los humanos, y el móvil que
provoca la huida del roce entre cuerpos, o entre almas. Quizá alguno piense,
con razón, cuán inteligentes son los árboles que evitan el roce, y qué sabio el
generar una corteza dura y difícil de traspasar. Sin embargo, se pierde por
completo la emoción de entrelazar los sexos y los cerebros, el cuerpo y el
alma, con el de otros.
Y no sé si me da más esperanza el
hecho que ese fenómeno de la timidez de los árboles se dé solo en algunas
especies, y que otras se entrecrucen y produzcan mezclas, nudos y lazos, o ser
yo uno de esos árboles tímidos que tienen miedo a las rozaduras y a no recibir
sol, quedándome solo por miedo a contagios.
Fuente: http://elzo-meridianos.blogspot.com.es/2015/09/el-curioso-fenomeno-de-la-timidez-de.html
Fuente: http://elzo-meridianos.blogspot.com.es/2015/09/el-curioso-fenomeno-de-la-timidez-de.html