miércoles, 28 de agosto de 2013

¿Cuándo?

Dedicada a la musa de los pestañas como mariposas, y a todos aquellos ojos que hacen pensárselo a los suicidas en potencia...


¿Cuándo?

… Lo sé, sé que en mi carta les prometía que me suicidaría. Que no sabía cuándo, pero lo haría. Ese cuándo que me sigue como reptando, como la desdicha que me hizo plantearme a la bicha.

Siempre pensé que sería feliz, pero no sabía cuándo. De pequeño supuse que sería cuando creciera, y cuando crecí, supuse que lo sería cuando volviera a ser niño. Pensé que sería feliz cuando el estudio acabara, cuando la lectura fuera mi vida, cuando la psicología me curara, o cuando un trabajo me durara.

En general, suponía que sería cuando me enamorara, y después de sentirlo, supuse que sería cuando ella me correspondiera. Al sentir el amor, pensé que lo sería cuando cada mañana me despertara a su lado. Al sufrir los dolores del amor, sentí que sería feliz cuando pasaran. Cuando, harto de sufrir, hui del amor, pensé que cuando me alejara sería cuando volviera a ser feliz, y cuando se acabó el amor, supliqué no sentir nada para que, de vez en cuando, pasara el dolor.

De ahí que, tras una vida de penurias, más por la propia percepción que por las desgracias reales que hubiera sufrido, escribiera y retransmitiera esa carta. Supuse que ya sabía cuándo sería ese cuando, y que en el último momento descubriría que ese cuándo era cada momento en que había estado vivo, que había sido feliz, sin saberlo, cuando había sentido… Y que en ese preciso instante me preguntaría cuándo me volví tan loco como para pensar que esa sería la solución… Pero ahora, no sé si podré, ni cuándo…

Y es que tengo que olvidarme de sus pestañas. Como si fueran telarañas, sus pestañas  me atrapan al batirse como mariposas. Me envuelven en el torbellino que genera el aire de sus parpadeos, y el caos inunda mi interior, ventilado hasta huracanarse.

Debería olvidarme de esos parpadeos, y peor, de sus ojos. Sus ojos de medusa que me dejan de piedra con cada aleteo, y que no sé si prefiero ocultos tras sus párpados, generándome la ansiedad de saber si volverán a fijar su vista en mí, o abiertos, refulgentes, descargando jirones de relámpagos sobre mi vista cansada, miope y finalmente ciega a otra cosa que no sean los destellos de sus pupilas. Debo aprender a olvidarme de esas pestañas apoyadas en sus pómulos, marcando el código de barras de mi perdición, esas pestañas, que adornan esos párpados, que ocultan esos ojos. Pero, como siempre, no sé cuándo…

Por eso no pude hacerlo, ni sé si lo haré, ni cuándo. Pregúntenle a ella…

miércoles, 14 de agosto de 2013

Despedidas

 




 (Ilustración: Quino "Mafalda").


Despedidas

Curiosas las despedidas.
Normalmente 

quien despide se queda
sobre todo ahora,

y es más fácil que nunca.
"Reforma laboral", lo llaman.
Suena más bien a estafa.
 

Las despedidas de dos
son otra cosa.
El que se despide se va
y el otro se queda
viéndole irse.
Para eso sirve la espalda
decía Miguelito a Mafalda.


Y es curioso, digo
porque en este caso

quien se va
no quiere irse
y quien se queda

no quiere que se vaya.
A lo mejor por eso
las entrañas de quien se va
huelen a que està

muerto por dentro
y los ojos de quien se queda
lagrimean

como si fuera importante.

Será que las espaldas
guardan las lágrimas
y las despedidas
nunca deberían
ser para siempre.