lunes, 3 de agosto de 2015

La sirena friolera


Aquí les dejo un cuento de verano, con deseos de primavera... Espero que les guste

La sirena friolera

Hacía tiempo que no me bañaba en esas aguas, revueltas y mezcladas con sabor a emociones y miedos.

Durante años me había obligado a nadar en aguas conocidas y recogidas, y a no aventurarme en el mar, porque el oleaje y las mareas me producían vaivenes y mareos a los que ya no estaba habituado. Supongo que me acostumbré a ser un marinero en tierra.

Pero por casualidad, siguiendo a las estrellas, mi camino me llevó de nuevo hasta la orilla del mar, y de nuevo su inmensidad me atrapó entero. Me aterraba pensar que había más peces en el mar, pero me consolé pensando que ya no era un niño, y que era demasiado grande como para hacerme zozobrar otra vez.

Me sumergí en la aventura de las aguas turbias a ciegas, sin saber realmente dónde me estaba metiendo. Y con mi habitual desorientación, me perdí en las profundidades, sin poder elegir el camino correcto para salir.

De repente, me encontré con una sirena que parecía huir de lo que yo creía que era mi meta. Ella me hizo ver que mi camino me llevaba directo al abismo, y me guio a la superficie.

No sé cómo refloté, mientras ella me secaba los miedos con su sal y su sabor. Pero al tiempo que parecía sostenerme para evitar que me hundiera, se aferraba a mí como a los restos del naufragio después de una tormenta. Era una sensación indescriptible, como si a la vez fuera salvavidas y buscara salvarse.

Cuando me estabilizó sobre las olas me acompañó hasta la orilla, y me convirtió en una roca donde guarecerse en caso de tempestad, y donde posarse para descansar. Acto seguido desapareció, y me dejó solo y erguido en la arena, como un faro natural en medio de una playa desierta.

Creí que no volvería a verla, pero el vaivén de las olas la trae cada poco a mi costa.

A veces, al acercarse, me siente frío, y resbala por mi piel como cada gota de esa enormidad marina. En esos momentos, cuando parezco un iceberg, impasible y dispuesto a herirla en la línea de flotación, tirita y se escapa, alegando que ya ha cubierto el cupo de frío en su corazón y en su piel. No la culpo, porque hasta yo quisiera escapar de esa coraza helada en esos momentos.

Pero cuando se acerca a mí y parezco el Mar Caribe, templado, suave y envolvente, se queda un rato más. Me abraza y se posa, absorbiendo mi calor, transmitiéndome el sabor y la calidez de su interior. Al mismo tiempo, cura la erosión que el océano provoca al acariciarme.

Al poco tiempo, se marcha con la promesa de una vuelta con la siguiente marea, y me quedo retenido, observándola, deseando deshacerme en granos de arena para perseguirla y rodearla. Tengo que hacer esfuerzos para aguantar el envite de nuevas oleadas de tristeza, e intento mantenerme firme, a la espera de una nueva visita.

Así espero y deseo un nuevo encuentro. Y aunque soy una roca, no puedo evitar enternecerme como si el agua ya me hubiera dejado hueco por dentro, y esperara que viniera a llenarme otra vez de sal y de sabor a mar...