Aquí dejo un cuento hipoalergénico, para evitar malestares emocionales... Espero que les guste
Alérgica a las mariposas
Cada vez que siente la sensación
de mariposas en el estómago se pone mala. Le pasa desde pequeña. En una
ocasión, siendo muy joven, estuvo a punto de tragarse una. Aún recuerda el
sabor amargo de la mariposa en su lengua, su aleteo desesperado durante las
décimas de segundo en que el insecto estuvo encerrado en su boca y el alivio
que sintió cuando la escupió y salió volando.
Así que ahora, cada vez que
siente ese cosquilleo en la tripa, las náuseas y el malestar le revuelven el
cuerpo, inunda su boca ese sabor amargo, y no mejora hasta que escupe esa
sensación. A veces basta con hablar con él para decepcionarse y dejar de soñar
una segunda cita. A veces tiene que follárselo. Y sólo de vez en cuando
continúa la sorpresa hasta que va conociendo al susodicho, y acaba de vomitar
su aleteo del estómago con alguna discusión, algún plan que se viene abajo o
simplemente la falta de interés tras lo obvio.
Cada vez que alguien le dice
cosas como “te va a encantar”, “tenéis mucho en común”, “es súper majo” o
incluso “está buenísimo”, se le encienden los radares anti-mariposas, le
salta la alarma de las náuseas y teme la posibilidad de volver a caer. Su alergia
a las mariposas ha pasado de ser un trauma infantil a su manera de
gestionar el amor, pasando de lo literal a lo metafórico con el tiempo y los
desengaños.
“Te va a encantar. Tenéis mucho
en común, es súper majo, y además, ¡está buenísimo!” –dice su amiga. “Joder, ha
dicho todo el combo”, piensa. De camino al centro, en el autobús, da vueltas a
la idea de por qué ha aceptado que le preparen una encerrona. Cuando propuso
una quedada para pasar la mañana en el rastro ya se olió que sería una excusa para
presentarle a alguien. Su mejor amiga se lo dijo con esa sonrisa malévola que
hacía presagiar algo, y nada bueno.
“Llego un poco tarde”. Como
siempre, su impuntual amiga mejora la situación. “He quedado con él a la salida
del metro”. “¡Cuánto daño ha hecho el whatsapp!”, piensa. Espera en la puerta
mientras ella viene. Ve a un chico que mira tímido al otro lado de la acera. Es
guapo. “Espero que no sea él”, piensa.
Otra vez esa sensación
revolviéndole las tripas. Ya sabe lo que vendrá. Mal sabor, náuseas...
“Olvídalo, ni siquiera sabes si será él”. Manda un mensaje a su amiga. “Estoy
llegando”. Miradas cruzadas. Sus dedos tiemblan al guardar el móvil. Él se
acerca. Mierda. Parece un buen chico, y más al sonreír. Mierda, mierda, mierda.
- “Creo que nos han dado plantón
a los dos” -dice. Vaya voz. Y vaya mirada. Las mariposas están en plena
ebullición. Joder.
– “Perdona, no te conozco”.
Joder, que se esté equivocando. Sonrisa nerviosa.
- “Ya. Me ha dicho que había
quedado contigo en la puerta del metro. Ella no va a venir, me acaba de
escribir” –le enseña un mensaje. “Al final no voy. Pasadlo genial ;)”.
– “La mato” –piensa ella. Dos
besos y sonrisas nerviosas. Al menos el estómago no da la lata como otros días.
Más que náuseas, tiene sensación de vértigo...
- “Bueno, ya que estamos aquí,
¿damos un paseo? ¿Tomamos algo?”. Ya está, el vértigo se ha lanzado cuesta
abajo por la montaña rusa. Pero es raro,
el regusto de hoy no es amargo. Diría que, incluso, sabe a dulce...