No olvidéis endulzar el café... Podría gustaros amargo.
Café amargo.
Tomando un café antes de salir camino del trabajo, los ritmos y
los sonidos entrechocan en la cabeza, ejerciendo de acicates para el recuerdo.
El crepitar del café bullendo en la cafetera impregna de vapor la cocina y te
humedece la piel y la memoria.
El gorgoteo del agua ennegrecido cayendo a
borbotones sobre la taza recuerdas las lagunas de negrura que nadaste una noche
de oscuridad y ocupación de propiedad privada en las madrugadas calurosas de
verano. Choca la emoción de esas noches con la plácida monotonía que acompaña
al desayuno matinal, somnoliento aún, a la espera de que la cafeína estimule tu
vitalidad y aplaque el cansancio.
Al probar el café, el primer regusto amargo no te
espanta como antes. Te extraña que la amargura espesa de la taza ya no sea tan
difícil de tragar. Contrasta la dificultad para endulzar el brebaje, cuando en
otros momentos el dulzor del azúcar y el de la vida se agradecían y paladeaban
con facilidad. “Va a resultar que saboreo mejor las amarguras que las dulzuras”,
piensas. El tintineo de la cucharilla te hace recordar los desayunos de la
infancia, donde el chocolate y las galletas llenaban tus inicios de energía, y
tu paladar de ánimo. Al volver al presente deduces que por mucho edulcorante
que añadas, los recuerdos y el café saben mejor sin aditivos.
Lees el
periódico con poco entusiasmo, dispuesto a no creerte mucho de lo que cuenta. ¡Qué
fácil les resulta exagerar a los signos de exclamación! ¡Cómo les gusta
ironizar a las “comillas”! ¡Cómo tergiversan los signos de puntuación! El
recuerdo de los cuentos de verano se mezcla con esas letras, resonando en tu
cerebro los tebeos, las novelas juveniles, las primeras aventuras en letras,
que te envolvían y te llevaban a mundos irreales y deliciosos… Con tanta
evocación, no encaja tu sonrisa ante las atrocidades que escupen los diarios,
así que recompones el rostro, a tu pesar.
Fregando la taza del desayuno encuentras posos de
café y restos de miga de galletas en el fondo del cuenco. También en el fondo,
la memoria enlaza el momento con los grumos de recuerdos que se dispersan en tu
mente, cuando en vez de camino del trabajo, te lanzabas a la vida infantil del
colegio y el estudio con la ilusión de quien descubre algo nuevo, una nueva
mañana radiante y esperanzadora. Eso sí que es difícil de conseguir ahora, y te
preguntas si era el café o es tu ánimo el que está amargo.