Aquí os dejo un relato que me ha salido después de mucho tiempo en la Seca... Por si acaso os gusta...
Por si acaso
Guardó su número
de teléfono en el papel original por si acaso. Ya había “ligado” con ella,
había conseguido su teléfono, y no quería nada más que poder fanfarronear de
ello con sus colegas. No pensaba llamarla, seguramente ella se olvidaría de él,
y le colgaría el teléfono en caso de que se le ocurriera llamarla. Pero no
desdeñaba la posibilidad, de todas maneras, de usar ese teléfono en algún
momento.
Así que lo guardó
en su coche, en un hueco debajo de un plástico que había para guardar música o
cosas que tener a mano. Se diría que ni quería ocultarlo mucho, en algún sitio
recóndito como la guantera o un hueco más recóndito. Era como el paquete de
tabaco que tenía en la guantera, sin tocar, pero siempre a mano por si su
ansiedad y su tentación no le daban tregua. Había decidido no resistirse a la
tentación en caso de que se le apareciera, y tanto el tabaco como el teléfono
los tenía en el hueco más a mano del coche, lugar donde pasaba gran parte del
tiempo de soledad, y donde le acuciaban sus pensamientos más oscuros.
De vez en cuando encontraba
el papel debajo de la funda del hueco del coche donde esperaba el paquete de
tabaco. Al principio sirvió de acicate para pensar en contactar con ella otra
vez. De hecho, la chica era guapa, y aunque le había dado el teléfono con la
excusa de quedar para un trabajo en grupo, la había considerado agradable, y
parecía mostrarse receptiva a un contacto personal. Pero eso solo lo pensaba en
momentos de optimismo, y se decía que había tiempo para lanzarse a esa piscina.
Cuando más le
apetecía llamarla era cuando se sentía triste y deprimido. En esos momentos querría
tenerla cerca porque parecía dispuesta a regalar su mirada y su sonrisa a cualquiera
que lo necesitara. Y así se sentía él en esos momentos, como un cualquiera y,
sobre todo, como alguien que necesitaba ese regalo, un poco de atención, y que
le restregaran un poco de cariño. Adoptaba una actitud chulesca y arrogante con
las mujeres, aunque esa pose le duraba hasta quedarse en soledad. En esos
momentos era cuando más necesitado se sentía y más vulnerable se mostraba,
mirándose a los ojos en el espejo del coche, cuando desearía estar mirando a
otros ojos que le devolvieran calor y confianza, en vez de temor y desazón.
“Los que duermen boca
abajo no sueñan”. Siempre duermo boca abajo, y antes soñaba. Se ve que el peso
de la vida sepultó mis sueños. O quizá soy yo el que los sepulta, entre el
sobrepeso y el enojo.
Vivo permanentemente
instalado en la melancolía. Intento evitarlo, pero no puedo hacerlo siempre.
Más bien, siempre es la palabra que quiero evitar, para tener algún momento en
que no se cumpla la expectativa.
Me preguntan a menudo en qué
momento me volví tan agrio. Me recuerdo a los vinos que se abren con la buena
disposición de ser bebidos, disfrutados entre amigos, y tomados para animar una
noche de fiesta. Pero se quedan a la mitad, y los restos se agrian.
Yo me quedé a la mitad en
la vida. Los malos tragos los di sin respirar, pero su regusto se quedó en mi
paladar. Así que he cambiado mis sueños por despertares con sabor amargo.
Por eso sus dudas
alternaban entre las ganas de llamarla, y el miedo a abrirse a alguien
desconocido que no podría entender lo que él necesitaba en esos momentos. Si
estaba de buen humor, no llamaba porque le parecía algo muy serio como para lanzarse a
hacerlo en momentos lúdicos. Si el día se le presentaba como gris de ánimo, el
miedo al rechazo le paralizaba las ganas de conocerla. Probablemente ella le
tacharía de loco, y no podrían llegar a conectar, por lo que en los momentos
bajos tampoco se atrevía a intentarlo.
Precisamente ese
hueco en el que aguardaban sus vicios, el tabaco y el papel con el teléfono
escrito con caligrafía rápida y limpia, fue el detonante del accidente. Nadie
supo nunca a ciencia cierta qué era lo que buscaba en ese hueco, si la hoja o el tabaco, cuando perdió
de vista el control del coche, y el golpe fue inevitable aún en lo absurdo de lo cotidiano. El encontronazo dejó sin conocimiento al conductor, que cayó en
coma inmediato.
Hace tiempo que no sueño. Ahora duermo de
lado, normalmente de cara a la pared. Me pasa desde que duermo en el centro
terapéutico. La cama está pegada al muro, y tengo que elegir entre tenerla a
la espalda, o de frente. Prefiero tenerla de espaldas, aunque a veces me pongo al revés para centrar la mirada en un punto fijo. Incluso, cuando los
pensamientos llegan a marearme, apoyo la frente contra ella, buscando un apoyo
físico y emocional, pero solo me devuelve frialdad y me provoca pesadillas que no consigo recordar.
Nunca imaginé que me retirarían el carnet,
aunque no me sorprende. Siempre fui un kamikaze al volante, aunque no de esos
que conducen de forma temeraria, se saltan límites y semáforos, y utilizan el
coche como un instrumento de desahogo de su frustración.
Más bien soy un kamikaze en el estricto
sentido de la palabra. Kamikaze de los que sufren su desesperación, y al
acrecentarse ésta en el coche, más de una vez han sentido ganas de estamparse
contra alguien (quizá contra uno de esos conductores que digo que utilizan la
carretera como si fuera suya, y ven al resto como molestos estorbos). Kamikaze
de los de acabar con todo de una vez, creyendo hacer así algo bueno por la humanidad.
Por eso no me extraña que, tras un examen
médico rutinario, me internaran en un psiquiátrico, me retiraran el carnet, me
enviaran a terapia y me exigieran hacer cursos de reeducación de conductores.
Los bomberos
fueron rápidos en su labor, y su cuerpo fue trasladado al hospital más cercano.
El coche fue remolcado hasta un desguace. Coche y conductor compartieron
destino inerte durante un tiempo, y el flujo del olvido se apoderó de ambos.
Los familiares del conductor fueron perdiendo la ilusión, y las visitas se
espaciaron en el tiempo ante la desesperanza por lo improbable de la recuperación. El coche, por
su parte, no sufrió mejor suerte. Las deudas acumuladas por los viajes, la
falta de ingresos del comatoso y las necesidades familiares provocaron su venta
a un taller de vehículos usados para su reparación y reventa. Algún mecánico
estoico decidió quedarse con el paquete de tabaco milagrosamente mantenido en
el hueco del salpicadero, y el papel se mantuvo guardado entre el plástico y el
hueco durante todo el arreglo.
El tiempo todo lo
cura, y el conductor salió del coma meses después. Se sientó mal por lo
sucedido, aunque realmente no sabía bien qué había pasado. Sufrió desde entonces amnesia
anterógrada que no le permitía recordar lo sucedido en el momento del accidente,
así como le provocó dificultades mentales como generar recuerdos desde esa fecha. Intentaría por todos los medios recordar cómo
pasó, y qué era eso tan importante que le llevó a apartar su vista de la
carretera y perder el control de su coche y de su vida. Por si acaso, se
prometió a sí mismo no volver a provocarse esos problemas. Incluso se propuso que otros aprovecharan esa experiencia, y se ofreció voluntario para intervenir en
un curso de reeducación de conductores.
Casualidades de la vida, en ese curso está
el comprador de su antiguo coche. Esto no sería más que un detalle sin importancia, si no fuera
porque el nuevo conductor de su antiguo coche soy yo. Yo conduzco el coche que él conducía cuando
sufrió el accidente. Yo soy el que compró ese coche cuando el taller lo
arregló. Yo soy el que encontró el papel con el teléfono en el lugar donde se
mantuvo todo el tiempo desde el golpe hasta la primera limpieza del coche. Y yo
soy el que llamó a la dueña del teléfono.
Ella me cuenta que le había gustado el chico
que le pidió el teléfono, y se sintió mal cuando se enteró de que no volvería a
clase porque había tenido un accidente. Pensó en ir a visitarle, pero no creyó
conveniente acudir, ya que él había decidido no llamarla. Se sintió tonta
pensando por qué él no llamó, y supone que no se acordará de ella aunque la
vea.
Ahora yo vengo a darles de nuevo la
oportunidad de volver a retomar ese momento donde lo dejaron. Hablando con ella
me parece necesario que el tiempo se vuelva flexible, y que las segundas
oportunidades se regalen a quien pueda disfrutarlas. Me siento como un
celestino de nuevo cuño, y exprimo mi curiosidad y mis ganas presentes de
ayudar a los amantes del pasado.
Durante el curso él se muestra seguro y
cercano, advirtiendo a los jóvenes conductores a partir de su experiencia, de
lo que ha sentido durante este tiempo, de que le gustaría saber qué pasó, y
querría volver atrás para evitarlo. Cuando acaba le entrego el papel, le explico quién
soy y le animo a que llame sin explicarle lo que descubrí cuando indagué a
partir de ese papel.
Hoy vuelvo a dormir boca abajo, ahora no me
asustan mis posibles sueños. También me he guardado su nombre y el papel con el
teléfono. Me gustaría saber qué pasara, así que lo conservaré, por si acaso.