jueves, 8 de enero de 2015

La pasta de dientes



Para empezar el año, les dejo una sarta de elucubraciones y vueltas de tuerca a mis quehaceres cotidianos... Que les guste

La pasta de dientes

El tubo de pasta de dientes me desafía a que le apriete hasta sacarle el jugo. Soy uno de esos maniáticos que intentan ir vaciándolo desde la parte trasera hasta la boca. Me gusta sentir que no se me queda nada en el camino. Algo así como una obsesión por acabar las tareas.

Es más, siempre que todo el mundo da por acabado el tubo y pasan a usar otro, yo continuo exprimiéndolo, como si el hecho de dejar pasta dentro del tubo fuera un error que no puedo permitirme.

Para rizar el rizo, siempre que compro una pasta, intento que sea de esas que pican, con una actitud que raya en el masoquismo. Además, prefiero las pastas que tienen rayas a los lados, con el consiguiente misterio de cómo se generan esas rayas perfectas en cada aportación a mi cepillo.

En todas estas elucubraciones me hallo mientras me lavo los dientes frente al espejo. No deja de resultarme curioso que las mismas condiciones que le aplico a la pasta de dientes, las aplique a mi relación conmigo mismo.

Me gusta exprimir hasta el final, y desde el principio, cada uno de mis pensamientos, aplastarlos y sonsacarlos por la estrecha boca de mi entendimiento. Las rayas se deslizan simétrica y misteriosamente a través de cada pedazo de mi pensamiento, marcando una línea perfecta de paranoias asociadas a todas mis elucubraciones.

Así que, como las pastas de dientes, no puedo dejar una tarea sin terminar en mi cerebro sin que interfiera y vicie el resto de mis pensamientos, sentimientos y acciones. Ansío el momento en que termino un nuevo bote pastoso, con la intención de que el nuevo sepa mejor, venga sin rayas, y no pique tanto como para hacer arder mis yagas.

Pero, como ya he dicho, una especie de selección masoquista me lleva a elegir un tubo de pasta de dientes de nuevo que pica, con rayas a medida de mis pastosos pensamientos, ansioso de desatrancar el cúmulo de mi pasta cerebral desde el principio hasta el fin, sin dejar siquiera un poco, no sea que quede algo en el bote que reconcoma el tubo.

Debería pedir a alguien que me recomiende otra pasta de dientes. Alguien con una sonrisa blanca y feliz, y no sólo por la calidad de su dentadura.