lunes, 23 de abril de 2018

Concurso de versos


En el día del Libro, quería compartir con ustedes el único relato del libro que nunca había compartido antes... Que les guste

Concurso de versos

Al fin llegó el esperado concurso de poesía desconocida en televisión. El presentador arranca el evento con sonrisa artificial, mientras los concursantes esperan su turno para exponer, a través de versos, su creación poética.

El primer poeta es un típico intelectual con gafas de pasta, barba esmeradamente descuidada y un pelo atentamente despeinado, que viste ropa modernamente antigua. Sólo deja al descubierto su cara y sus manos, que tras masajear sus sienes, y echar un vistazo a su teléfono inteligente, exhalan por su boca versos cerebralmente construidos. El autor explica su obra desde el punto de vista de la perfección métrica y la cordura mental, haciendo un ejercicio muy correcto, pero sin llegar al alma de la audiencia. Alguna joven moderna le pone morritos, y los eruditos del jurado aplauden su actuación con tanta corrección como desgana.

El siguiente concursante es un viejecillo con aire desvencijado, casi a punto de romperse tanto en sus andares como en sus hechuras, así como en su vestimenta, ajada y andrajosa. Lee en voz bajita a través de sus lentes redondas con patillas de alambre, mientras le tiembla la voz y la mano. Explica con sus versos que su intención es poner palabras a lo que sale de su alma, y pide humildemente disculpas por su falta de ritmo, atribuyéndolo a la arritmia que sufre su corazón, que es quien le marca el paso. El anciano se marcha entre algún sincero aplauso y la conmiseración de la mayoría del público. Le ayuda a bajar quien parece ser un yonqui que se ha colado en el plató.

A continuación accede, o más bien inunda el escenario, un chico bien parecido, alto y con sonrisa blanqueada que contrasta con su moreno aceitoso. Muestra sin pudor su piel tersa y desnuda, sin grasa, todo músculos, cubierto solo con un mínimo tanga. Al darse la vuelta, muestra un culo redondeado, prieto y perfecto, del que, tras una orden suya, empiezan a salir, a golpe de apretones de los carrillos, los versos más horribles que han oído los siglos. Sin embargo, la cagalera de bazofia versada es acallada por una multitud enfervorecida que grita, aplaude, silba y patalea.

Parece que está claro quién es el ganador... Aunque el yonqui sube al escenario. Porta una imagen deplorable, con barba descuidada y sucia, pendientes en ambas orejas, greñas a tramos rizadas y a crenchas ondeando sobre su sudorosa frente, chaleco de cuero y pantalones bombachos raídos y sucios. Al abrir el chaleco, muestra una barriga colgante, a la que acerca el micrófono. Parece ser ventrílocuo.

Pero lo que más sorprende son sus improperios, versos lascivos, rimas descabalgadas y estrofas agresivas que revuelven el estómago y el corazón a la audiencia, tanto del plató como aquellos que siguen el programa a través de las ondas y las imágenes vía satélite... Tras embargar de desasosiego a todos los presentes, tira el micro al suelo, se baja del escenario, saluda con respeto al viejo y se marcha, no sin antes escupir al guaperas, y amagar con abofetear al cerebrito.

Preguntado por esa salida de tono en el exterior del recinto, el yonqui refirió como única disculpa “me asquean los versos bien envueltos que salen como mierda del culo; me cabrean los versos que se muestran como finos hilos mentales, cuya aguja ni pincha, ni corta, ni siente, ni padece. Sólo respeto los versos que salen del corazón por la garganta”.

“¿Y por qué se hizo ventrílocuo?” Pregunta el entrevistador. “¿Quizá para no tener filtros entre sus versos? ¿Le salen las rimas de lo más hondo de sus entrañas?”. El yonqui arrebata el micrófono al entrevistador, y añade “No soy ventrílocuo... A mí los versos, son lo que me sale del nabo”.