jueves, 25 de julio de 2013
Tren a Santiago
Hace unos días mi sobrino hizo un viaje de ida y vuelta a Santiago. El tren estuvo entre las posibilidades. Al final se fue en avión.
Se me ponen los pelos de punta. Yo también sé lo que es perder a un familiar en un accidente. Aunque esta tragedia aumenta en proporción por el número de víctimas, puedo imaginar el desconsuelo y la desesperación de esa gente. Mi más sentido pésame para todos los familiares, espero que saquen fuerzas para continuar.
Me repugna ver cómo habrá quien ya esté allí o quien irá en breve para sacarse la foto, quizá el mismo que luego haga recortes para mejorar las medidas de seguridad y las infraestructuras, porque se necesita dinero para sobres. No quiero hacer sangre, el conductor parece que dijo que descarriló, y sus palabras son también de desconsuelo y de tristeza infinita.
Pero si algo me da esperanza son las fotos de las colas de gente para donar sangre en los hospitales habilitados en Galicia, los profesionales (bomberos, enfermeros, psicólogos) que trabajan más duro que nunca, ahora, precisamente ahora, que el cuerpo les pide intentar olvidar y descansar, huir de la tragedia. Me da espereranza cada persona de este país que se ofrece voluntaria en situaciones como ésta. Gracias a ellos, merece la pena.
miércoles, 24 de julio de 2013
Sentado en el muelle de la bahía
Curioso, que un amor no vivido provoque nostalgia...
Sentado en el muelle de la bahía.
cómo me producía
el mismo efecto
que la luna al mar,
también me marea.
podría confesar
todos mis crímenes.
Violé su intimidad.
Maté el tiempo
entre sus visitas.
Derrumbé en la playa
arrecifes de moral.
Defraudé expectativas
de quienes me creían
agradable
mostrándome iracundo,
ya no era el chico simpático
que saludaba a sus vecinos.
Acosé su recuerdo
y deseché toda posibilidad
ni siquiera de provocarla
síndrome de Estocolmo.
Me fugué del tren
de vida que me arrastra
a la felicidad.
Evito a veces
sonreír por nada
no sea que parezca feliz.
Pero sobre todo, no silbo.
A ella le parecía irritante que silbara.
Cuando soy feliz silbo,
y ella me hacía silbar.
Mi vida con ella era un silbido,
aire fresco, sonoro y fugaz.
martes, 16 de julio de 2013
Luna y Sol
He leído varias versiones sobre la relación entre la luna y el sol... Aquí os dejo mi particular versión en forma de cuento, de ensayo, de reflexión, o como queráis llamarlo...
Luna y Sol.
Lo decía algún patético
escritorzuelo, en relación a los amores platónicos: “Es como tocar una
estrella. Sabes que nunca lo conseguirás, pero no puedes dejar de intentarlo. Y
en los momentos en los que olvidas que es imposible, la sensación es increíble”.
Hubo un tiempo en que se pensaba
que la luna era la cara oculta del sol, su parte de atrás.
La corriente científica
argumenta, con vehemencia, datos y clarividencia, que el astro rey provoca la
luz que el satélite refleja, pálida y agujereada, con sus crecimientos y
decrecimientos en forma de cunas.
Los románticos se mecieron y
colgaron de la luna para escribir sus elegías, la usaron como candil para sus
lóbregas aventuras, y estiraron la noche hasta el amanecer, asumiendo con la
salida del meteoro el fin del momento para el amor.
Los pragmáticos eligieron
aprovechar el día, y aplicar a los nocturnos asociaciones con la muerte, como
si de vampiros al amparo de la oscuridad se trataran. La equiparación del
amanecer al nacimiento de las bondades y la vida, y del anochecer al fin de la
luz y la existencia en los parámetros normales, da una idea de lo cuadriculados
que somos los humanos a veces.
Pero hay una facción que disfruta
de los momentos de entretiempo, del instante en que el alba despunta en un
nuevo amanecer, con el sol lanzando sus primeros rayos y la luna aún a la vista
entre las brumas. Asimismo, cuando el sol se esconde tras el horizonte y la
luna ya asoma, aún entre el azul morado del anochecer, se observa el milagro:
Sol y Luna se encuentran. Es algo así como una duermevela astronómica, donde
dos mundos se entrelazan.
En opinión del escritorzuelo, esa
tercera vía abre la posibilidad a lo imposible: Que Luna y Sol sean amantes
destinados a no encontrarse más que en escasos periodos de tiempo, anhelándose
durante el resto de sus eternidades. El círculo, astral, vicioso y desastroso,
se abre con cada aurora y se cierra con cada crepúsculo. Nunca más de unos
momentos, ni menos que un instante, los amantes se encuentran, Sol ilumina a
Luna hasta ruborizarla, y Luna se llena ante Sol hasta verle palidecer.
Sea como fuere, la luna y el sol
libran la eterna pugna por encontrarse y dar rienda suelta a su pasión. Incluso
algunos días dejan de lado a los planetas, que observan anonadados algo tan
normal como que dos amantes se unan dejando un halo perfecto de luz alrededor
de sus sombras, que jueguen a esconderse dejando galaxias enteras a oscuras…
Luego, los astrónomos y los
meteorólogos dirán que fueron eclipses, alineación de planetas o fenómenos
atmosféricos… La rueda del día y de la noche vuelve a girar… Hasta
la siguiente duermevela sideral, en que los dos amantes vuelvan a encontrarse,
aunque parezca imposible…
lunes, 15 de julio de 2013
Sustos de una noche de verano
Velando sueños, serían buenas noches...
Sustos de una noche de verano
Cuando duermo con ella me asusto.
Lo malo es que pasa un buen rato
desde que ella se duerme
hasta que yo, después de leer, escribir,
antes fumaba,
miro su flequillo y caigo rendido.
Descabezo el sueño
y al poco me despierto asustado
tembloroso por la presencia en mi cama.
Cuando estoy con alguien
lo bueno es despertarme temblando
porque ella abre de par en par
las puertas de mi corazón
y airea todos los rincones
incluso los más oscuros
hasta hacerme tiritar
de frío y de intimidad.
Con suerte, si su sueño es profundo
a lo mejor no se despierta,
yo admiro su figura,
su cara, parece más joven
-la buena gente
aparenta menos edad cuando duerme
porque su entrecejo está limpio,
su conciencia aliviada y su sueño tranquilo-,
y bendigo mi suerte, me abrazo a ella,
la beso, y me acurruco.
Lo peor de todo es despertar
empapado en sudor y soledad
y ver que era un sueño
alentado por el deseo
de refrescar poros y entrañas.
viernes, 12 de julio de 2013
Bucaneros
De pequeño, en verano, siempre leía aventuras de piratas... Sandokán, Long Jhon Silver... Ahora los piratas son otros, los saqueos son reales, y los piratas buenos luchan hasta desde la meseta...
Bucaneros
Como grumete
con camisa de rayas
cabeza rapada
y sonrisa en la cara
moreno de piel,
a juego con ella
bandolera soñadora
blanca y roja,
me gusta entre sueño y amor
seguir a los piratas
que luchan batallas feroces
con los corsarios del hoy.
Solo soporto dictaduras
de a dos, como mucho
pero en menos que un loro
canta el mapa del tesoro
de nuevo mil aventuras
entre mareas y delfines
entre mares bravas
y cantos de sirenas
te invitan a estrellarte
contra las rocas.
Los pergaminos dan cuenta
de bucaneros empapelados,
marineros de agua dulce,
filibusteros despreciables
que recortan besos
y defraudan del primer
al último doblón
marcando la X
en Isla Tortuga,
Suiza, o las Caimán.
Menos mal que aún hay
quien da cuenta de ello.
Ya sea desde la meseta,
llanura esteparia,
desde las aguas turbias
del Tajo
o desde el palo mayor
siempre a la izquierda
del mástil incita a la sublevación
y llama al abordaje.
Cuenta conmigo, capitán,
yo vengo
a ofrecer mi corazón.
jueves, 11 de julio de 2013
La farera
Un cuento apolillado... Que os guste
La farera
Se refugió en ese trabajo anacrónico y solitario hace tanto
tiempo que ya no se recuerda la razón.
El motivo principal podría ser que tiene fotofobia, y el
hecho de alumbrar a los barcos contrarresta el daño que le provoca la luz. Algo
así como una luminosa compensación, ofreciendo a los navegantes la claridad que
ella no puede disfrutar. Por eso trabaja de noche y se esconde en las entrañas
del faro de día.
Algún lugareño porfía que se volvió loca cuando un antiguo
amor se suicidó lanzándose por el acantilado, y que por eso pasa las noches
alumbrando las rocas, con la esperanza de encontrarle entre la espuma de las
olas, arrastrado por la pleamar.
También podría ser que, al ser un poco bruja, alegorice
echando luz a las sombras del océano, ya que en su fuero interno también lo
hace con los designios de la gente. La luminosidad que regala a los barcos por
la noche para guiar su camino y apartarlos de la muerte entre las rocas, es la
misma que brinda a las solteras desesperadas y a las viudas desconsoladas que
van al faro esperando que lea en sus manos un nuevo amor que ilumine sus
sombras. Ella es cariñosa y esquiva la desilusión. Todas abandonan el faro con la sensación de
que su desesperanza tiene un resquicio, que hay un halo de luz en medio de la negrura.
Nadie sabe a ciencia cierta el porqué de su voluntario
encierro, y nadie conoce a la farera lo suficiente para saber si está loca o
no. Los que la frecuentan, aunque sean asiduos, no saben descifrar si sus ojos
brillan en la oscuridad, o es un reflejo permanente del faro, impregnado en sus
retinas con el paso de los años. Los que no la conocen inventan historias sobre
su pasado, y vaticinan, como si fueran la farera, un mal final para sus días de
soledad, asociando su fin con una muerte trágica.
Sin embargo, nadie comenta nada cuando la ven bajar, una vez
a la semana, con su ropa apolillada y sus andares de mediana edad, a la tienda
del pueblo en busca de alimentos. Siempre poca cosa, algunas frutas y verduras,
a veces pescado, nunca carne. “Para carne ya tengo bastante con la mía”, le
dijo al tendero una vez que se la ofreció. Otro misterio, pues tira más bien a
flaca, aunque guarda buena figura. Alguna lata de atún cuando un gato pasa una
temporada por el faro. Y velas, siempre velas. Antes compraba antipolillas,
pero desistió, acostumbrándose a tener agujeros en su ropa
Cuando yo conocí su historia ya llevaba un tiempo
desaparecida. Cuentan que la última vez que el farol costero alumbró la noche
fue aquella en que una plaga de polillas atravesó el pueblo. Al parecer las
altas temperaturas habían variado su ruta de África a Finlandia, haciéndolas
recalar en el pueblo al cruzar el charco. Una nube de sombras negras se cernió
sobre el haz de luz del faro.
Lo que de inicio pareció un revuelo de pequeños murciélagos
se convirtió al poco en una tormenta de insectos, con nubarrones que se
estrellaban contra los cristales del faro. Tal era el fragor de la plaga, que
los cristales, ya desgastados, empezaron a resquebrajarse y cayeron a plomo al
suelo, generando truenos acristalados y lluvia de chispas en el acantilado. De
todas las casas con niños del pueblo llegaban llantos desconsolados. De repente
el faro dejó de alumbrar hasta el amanecer, en que se hizo inútil su giro
brillante.
Algunas madres acudieron a agradecer a la farera que
decidiera apagar el reclamo de las polillas, que huyeron en busca de otras
luces, quedando algunas a última hora adormecidas por el frío, el amanecer y el
rocío. Las aldeanas no encontraron a nadie. El faro estaba cerrado, y la farera
no contestó a sus llamadas a voces.
Una inspección de la compañía dueña del faro determinó
abandono del lugar de trabajo y la despidió, pero como el faro era su única
dirección conocida, en el buzón se acumularon las cartas de despido. Los pueblerinos
apostaron por su desaparición tras su amado en las rocas del acantilado. Hubo
algún iluminado que sugirió que la noche de la plaga la farera se descompuso en
un ciclón de mariposas nocturnas, y que era su metamorfosis lo que esperaba
durante tantos años en la oscuridad del faro, marchándose con sus compañeras
cuando vinieron a buscarla.
Sea como fuere, la farera desapareció. La compañía dueña del
faro lo abandonó a su suerte, y acabó siendo un lugar donde las solteras iban a
pedir marido, las viudas un nuevo amor, y las madres, protección para sus hijos
ante cualquier infortunio. Aún hay quien, en las noches de tormenta, cree
vislumbrar un rayo girando alrededor del faro, aunque lo más probable es que
sea un relámpago, porque nunca volvió a haber polillas en el faro, ni luz que
alumbrara a los barcos.
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