El título es una derivación de "La voz dormida", que me prestó Olga... El cuento/reflexión es un regalo de fin de año, y un propósito de año nuevo...
La coz de la hormiga
Decía el cantautor que si
despegamos los ojos de la pantalla, si nos olvidamos por un momento de nuestro
yo virtual, si enderezamos nuestro humillado cuello y si levantamos la vista,
quizá nos encontremos con tus ojos, y ese sea el acicate que necesitemos para
salir a luchar.
Reprochamos a los jóvenes que
pasan el día desconectados, que no les interesa el mundo, pues tienen el suyo
propio. Achacamos a las redes sociales el comportamiento antisocial.
Paradójicamente, la tecnología táctil restringe el contacto humano, y sin
tacto, todo es más crudo, incluso un adiós.
A base de leyes mordaza, de multas y de restricciones, hemos conseguido que la vida virtual sea más libre, más segura y más deseada que la vida propia. Por eso en la ciudad se ven ríos de gente con la cerviz humillada, el cuello doblado, y las manos unidas en rezo al movil, a la tablet o al ebook de turno. Zombies cibernéticos, diremos.
Cada mensaje reenviado, cada enlace a una noticia sobre un nuevo caso de corrupción del poderoso, de encausamiento del juez que osa enturbiar el status quo, del inspector de hacienda despedido, del suicidio del desahuciado... Son como coces de hormiga al estómago de un dinosaurio... La revolución no será twiteada. Los gobiernos y los mercados, que vienen a ser lo mismo, nos prefieren así, aislados, borreguiles, desconectados, aunque nos creamos enlazados al mundo en un solo click.
¿Qué alternativa tienen? Ese rebaño, el reguero incesante de hormigas, trabajadoras no, porque no hay, caminan por las autopistas de la información con más agilidad que por la calle, donde cada dos por tres, algún idiota mirando a su móvil casi se topa conmigo mientras miro mi móvil. Ese reguero nos lleva de hormiguero en hormiguero, de centro comercial a autopistas de peaje, de gasolinera sangrante de polución a tu propio hormiguero, casa caliente a base de energía pagada a precio de oro. Si alguien se sale del camino marcado es Eta, antisistema, o radical a quien hay que aplastar, como a una hormiga que se atreve a ocupar el mantel del camping donde los de siempre se meriendan el pastel de todos.
Ansío, llamadme loco, una colonia de hormigas asesinas que ataquen con furia al invasor. Y es que, por muy grande que sea el zapato que aplasta tu cuello, una pata hecha de millones de seres puede reventar las tripas del dinosaurio más pintado.
Así sí tendría sentido temer a la coz de una hormiga.