Hoy no cuento yo, quería recomendar algo... Para
cualquiera que tenga alguna relación con la enseñanza, "Mal de escuela", de Daniel Pennac, es
un libro imprescindible... Una inyección de cruda realidad, escrita por quien fue un "alumno
zoquete", y ha llegado a ser profesor y escritor de éxito. El libro muestra una cruda
realidad, la de la enseñanza, sí, pero también muestra toneladas de
moral, y de amor por la docencia... Sí, sí, de amor, aunque suene
cursi... El libro lo recomendó Carmen, una profesora del Máster de
Formación del Profesorado que estoy cursando, y me lo prestó Nerea, una
compañera que además de pedagoga de sonrisas va a ser una orientadora
"genial", usando sus propias palabras... :). Me ha recordado mucho a
profes y profas que tuve, como la sita María, o Cuca, o Pedro Tenorio, o
Jose Angel Medina... Gente que, a lo que sabían, fuera mucho o más,
añadían una pasión imprescindible para este trabajo... Lo dicho, os lo
recomiendo encarecidamente. Para muestra, un botón...
"Me ha visto entrar por el rabillo del ojo. Ni se inmuta. Sabe que nunca la molesto por una nadería y que, si me lo permito, pocas veces es para anunciarle una buena noticia. Me dirijo sin hacer ruido hacia su mesa, me inclino a su oído y susurro mis argumentos de venta:
- Quince años y ocho meses, repite curso, perdió el hábito de trabajar hace unos diez años, expulsado por innumerables motivos, detenido el mes pasado en el metro por tráfico de chocolate, madre desaparecida, padre irresponsable, ¿te interesa?
-...
La señorita G. sigue sin mirarme, contempla a sus ovejas, se limita a asentir con la cabeza:
- Con una condición -murmura sin ni siquiera mover los labios.
- ¿Cuál?
- Que no me pidas que te dé las gracias.
¡Oh, mi tan británica señorita G., ese silencioso asentimiento es uno de mis mejores recuerdos de profesor! Fue en Marivaux, en Marivaux, ¿me oyen?, no en uno de sus libros piadosos, ¡en Marivaux!, donde encontré la frase que, secretamente, debería servirle de divisa: "En este mundo hay que ser demasiado bueno para serlo bastante".
Si añado que lograste llevar a aquel muchacho hasta el examen de bachillerato, habré dicho algo, poco, sobre los efectos de semejante bondad."
"Me ha visto entrar por el rabillo del ojo. Ni se inmuta. Sabe que nunca la molesto por una nadería y que, si me lo permito, pocas veces es para anunciarle una buena noticia. Me dirijo sin hacer ruido hacia su mesa, me inclino a su oído y susurro mis argumentos de venta:
- Quince años y ocho meses, repite curso, perdió el hábito de trabajar hace unos diez años, expulsado por innumerables motivos, detenido el mes pasado en el metro por tráfico de chocolate, madre desaparecida, padre irresponsable, ¿te interesa?
-...
La señorita G. sigue sin mirarme, contempla a sus ovejas, se limita a asentir con la cabeza:
- Con una condición -murmura sin ni siquiera mover los labios.
- ¿Cuál?
- Que no me pidas que te dé las gracias.
¡Oh, mi tan británica señorita G., ese silencioso asentimiento es uno de mis mejores recuerdos de profesor! Fue en Marivaux, en Marivaux, ¿me oyen?, no en uno de sus libros piadosos, ¡en Marivaux!, donde encontré la frase que, secretamente, debería servirle de divisa: "En este mundo hay que ser demasiado bueno para serlo bastante".
Si añado que lograste llevar a aquel muchacho hasta el examen de bachillerato, habré dicho algo, poco, sobre los efectos de semejante bondad."